Bienvenidas a Ruda y Cursi, el Diario de una chica -no tan- normal.

¡Ruda&Cursi abre el primer Club de Lectura en Buenos Aires, examina el blog para enterarte más detalles!

Si el delineador se te corre, se te rompe la media antes de tu cita, las dietas no te funcionan, tu novio te dejó o lo engañaste, tu familia es disfuncional y hasta tus mascotas te odian... acá vas a encontrar a un montón de gente que podrá decirte: ¡Heeelloooooooo, mi vida también se rige bajo las leyes de Murphy! Pero hasta ellas mismas tienden a fallar por aplicar su propia ley... así que no todo está perdido.
Ruda & Cursi es un blog dedicado exclusivamente al relato de varias chicas que un día quisieron mostrarle al mundo que no todo es perfecto. Aquí mismo encontraras desde relatos cortos hasta novelas. ¿Qué esperas para empezar?

sábado, 25 de junio de 2011

Debate sobre Temblor de Maggie Stiefvater


Como saben hoy Sábado 25 de Junio se realiza la primera reunión del club de lectura Ruda y Cursi en Buenos Aires (Argentina)
Ya sabemos que muchos de ustedes son de otros países por eso mismo esta entrada es para aquellos que no pueden asistir a la reu por cuestiones geográficas.

Así que, acá vamos, para acortar distancias y hacer de cuenta que asistieron a la reunión, en este post pueden comentar qué les ha parecido el libro, la manera de relatar, los personajes ¿tienen alguno favorito? ¿se sintieron identificados con alguna parte de la historia? ¿con algún personaje, quizás? ¿recomendarían el libro? 
¿Agregarían o cambiarían algo? ¡Vamos gente! pueden utilizar este espacio para comentar que les ha parecido! ;)

miércoles, 1 de junio de 2011

Reflexiones de una adolescente poco cuerda por Lizzie.




Sentada en mi cama, mirando las tres lamparitas que cuelgan tristemente en mi techo, dejo que las lágrimas se deslicen perezosamente por mis mejillas, hasta llegar a mis labios o caer más allá, sobre mis manos, o mi piyama rosado.
Últimamente me he convertido es una maricona. Debo tomar varios litros de agua para reemplazar aquella que se escapa por mis ojos cada vez que me encuentro sola.  Me siento justamente como entona Queen en su grandiosa canción “The show most go on” :  Por dentro mi corazón se está rompiendo, mi maquillaje puede estar descascarándose…pero mi sonrisa aún está.
Sí, esta canción resume demasiado la manera en la que siento mi vida. Creo que siempre intente ver aquellas cosas que me sucedían como en una película, o una obra, o hasta quizá un musical. El show debe continuar, siempre me repito eso. De esa manera es más fácil aceptar los eventos particulares que ocurrieron a lo largo de mi vida.
 Pero vuelvo a aquella frase con la que tan identificada me siento, parte de que vea mi vida como un show se debe a que la gran mayoría del tiempo me la paso actuando. Si, suena extraño, pero no lo hago por los demás, o quizá sí, pero principalmente se debe a que trato de convencerme a mí misma de que las cosas están bien, y que todo en algún momento mejorara, por ello, aunque me quiebre por dentro, no lo podrán notar.
Esa debe ser la razón de mi continuo llanto en soledad, si, seguramente es eso.
La alarma de un coche suena a los lejos. Necesito silencio. Me gusta llorar en silencio.
Intento comprender, identificar y recordar aquellos eventos que me condujeron a esta situación tan terrible la que involucra demasiados pañuelitos descartables, grandes dolores de cabeza, y por tanto, muchísimos analgésicos.
Veamos, primero debo plantar mi situación, luego encontrar las razones y por último la solución. Aquí va: No soporto ser tocada. Tengo 19 años, no soy virgen, pero en el último año me he estado desintegrando hasta llegar hasta esta instancia donde el simple hecho de ser tocada me lleva a una situación de pánico, dolor y una angustia insoportable. Quizá sería mucho mejor si no tuviera un novio estable, que claro, tiene necesidades, y esa es una presión que mi cuerpo ya no logra soportar.
Las lágrimas vuelven a agolparse detrás de mis parpados ahora cerrados. Simplemente quiero sentirme semi-normal, ¿Qué está mal conmigo?
En realidad, ya tengo una respuesta para esa pregunta: mi padre.

lunes, 2 de mayo de 2011

Mery And Audrey, Capitulo 3: Ahogándome en el Támesis.

Es que acaso ¿puedo sentime más miserable? Pensaba Mery, con cierta frecuencia cuando entraba al laboratorio donde trabajaba. La verdad era que no, no podía sentirse menos deseada, menos mujer, menos pedazo de mierda. El horario había cambiado y ahora entraba a la una de la tarde. Una vez dentro del laboratorio procedía a la rutina diaria, ponerse el delantal blanco que la hacía verse más inmensa y más marsupial que nunca, la cofia en la cabeza que no era para nada sexy, y como si fuese poco, el estúpido barbijo que la hacia acalorarse con tan sólo respirar. ¡Si señores, su vida era desgraciada! Lo comprobaba cada día cuando, al ingresar, su superior, a veces compañero de trabajo, Bastien, la miraba desde la oficina y le lanzaba un leve saludo con la mano. Aquel maldito bastardo era un verdadero patán, un gran, incalculable y molesto grano en el culo. Su compañera de trabajo, Diana, era lo más cercano a una amiga, además de Audrey y ciertamente una de las pocas personas que soportaba. Pero otra vez volvía a generarse la misma pregunta insulsa ¿por qué diablos me llevo bien con gente que no maneja las palabras y nada más las escupe de su boca como misiles en Guerra? Ni mierda que algún día lo entendería, era el gran misterio.
Mientras Diana le hacia unos bailecitos eróticos camuflada en su delantal, Mery apenas podía devolverle una sonrisa, este condenado trabajo la fastidiaba, pero tenía que vivir, comer  y ¡Oh sí, por sobre todas las cosas, comer!
Los días laborales en el laboratorio eran largos, carajo que lo eran, no veía el momento de cumplir sus seis horas y largarse de una buena vez. Pero, generalmente, odiaba mucho más los martes, cuando hacían vaselina líquida y su torpeza le propagaba unos buenos enchastres que aquel demoníaco delantal no protegía.

¿Acaso Diana esta tirándose al encargado que nunca le toca llenar estos envases de mierda? Quiero recordar por qué tengo que trabajar en este estúpido laboratorio una vez más y así evitar darle a George —el encargado— una buena paliza y dejarlo lisiado, maldito viejo demente.

Claro que Mery recordaba a la perfección por qué coñazo estaba en ese lugar: no quería dependencia alguna de su madre, no quería que le pregunte que hacía con su dinero, no quería que le aconsejara que era mejor comprarse ropa nueva —y esta vez algo más femenina— que gastarla en libros, cigarros o botellas interminables de whisky. Porque así era su vida, si no estaba como una zorra ermitaña en su habitación leyendo en cuanto microsegundo tuviese desocupado, estaba fumando o tomando whisky para olvidar cuan patética era su vida —siempre enfatizando el costado sentimental— o como de costumbre, haciendo las tres cosas a la vez, mientras Audrey del otro lado se aplicaba cremas reafirmantes. No era casualidad, entonces, que Audrey tuviese un cuerpo más fino y acentuado que ella. O digamos, de alguna manera más soez, que Audrey tuviese un cuerpo más fino y acentuado, y no como Mery, una maldita figura que podía vestirse sólo si alguien la acompañaba a robar un cubre-calesitas para usar de camisa.
Mery no recordaba cuando había sido la última vez que se sintió mujer, ni cuando había sido también la última que intentó salir a bailar con Audrey sin sentirse un maldito sapo de otro pozo que sólo se echa a un costado de la barra y con una mirada devastadora espanta a cualquier pretendiente. Había una realidad de todas formas, Mery no era tan bicharraca como pensaba, la verdad aquí era que no le gustaba socializar, la excusa de su fealdad eran a base de no poder dirigir dos palabras a otro ser caminante que no fuese un perro o su compañera con quién compartía hogar.

Uno, dos, tres, cuatro, sesenta y ocho, sesenta y nueve —contaba mientras llenaba los tarros con vaselina líquida de doscientos mililitros. —Setenta ¿cuándo mierda se acaban? Setenta y uno, setenta y dos, si me pagaran extra por hacer esta porquería vendría a trabajar desnuda, lo juro, setenta y tres, setenta y cuatro, setenta y cinco, no, mejor no, no quiero que me despidan tampoco, setenta y seis, ¿o sí? —Mery hizo una pausa sin pensar con seriedad que aquella maquina que despedía ese fluido tan grasiento no frenaba como ella — ¡Mery!– se dijo a si misma por sus adentros —Mery ¿queremos que nos despidan? —, tenía la costumbre de hablarle a su persona interior como si fuesen dos, sí, estaba volviéndose loca o trabajar en ese mismo laboratorio con ácido sulfúrico estaba afectándola.

— ¡Mujer! —Gritó George, el encargado, al otro lado de la sala.

— ¿Eh? —Apenas pudo contestar Mery, Diana la miraba con sorpresa y algo divertida, había estado volcando vaselina desde hacia al menos cinco segundos, bien, eso era un desastre.

—¡La maquina, muchacha, apágala! —George era un maleducado, porque además de su cara de mierda, era bastante poco caballero, lo había notado desde que su maldición empezó el día que ingresó en ese laboratorio, un trabajo tan ingrato como pocos. Y más si tu encargado es un viejo de cincuenta años separado, con olor a cigarrillo podrido, o al menos esa era la fragancia que para Mery, el hombre despedía.

—Lo siento, George.

—Ya lo limpiamos. De todas formas son las seis. —Si había algo que Mery adoraba de Diana, era con la justicia que trabajaba. Aquella regordeta no iba a regalarle ni diez segundos de su día, la maldita debería estar metida en el gremio o algo por el estilo, pero aún así era amable. Al menos la ayudó a limpiar toda la porquería que se había derramado.

*

—Buenas tardes, Telefonía Fija Interpersonal, ¿en qué podemos servirle? —contestó la operadora al otro lado del teléfono.

—Interno nueve. Gracias. —Audrey estaba exasperada, ¿por qué tendrían que interponerse aquellas mujeres al teléfono? Si pudiese pedir un deseo en esta vida, seguramente sería conseguir el móvil de Anthony.

¿Cómo será su apellido, ha? Tiene que ser muy Inglés, lo presiento, no puede ser simplemente Sparks —además del pequeño detalle del acento, zorrita —quizá Aldrich, Shepard, Bentley, ¿Gray? No, Gray es muy común, no creo que él sea para nada co… -una voz sensual, tal como ella describía, respondió el llamado.

—Telefonía Fija Interpersonal ¿en qué puedo servirle? — ¡Era Anthony! Audrey carraspeó pero no dejó que eso la pusiera nerviosa.

—Anthony querido, esta vez déjame hablarte —rogó la chica.

— ¡Por dios, señorita Audrey! ¿Acaso no le ha llegado mi carta? —preguntó ofuscado el joven.

—Yo hubiese preferido algo más informal, se que ustedes los ingleses acostumbran a —él la interrumpió:

—Usted no sabe nada de mí, y aun así esta empecinada en creer lo contrario. —Anthony realmente estaba fuera de sus cabales, pero Audrey rezaba unos diez padre nuestro para que él no le corte, como solía hacerlo siempre. —Escúcheme una cosa, si tanto me estima, hágame el favor de convertirse en aire. ¡Van a despedirme si la trato mal, pero no me deja opción! Cuando le dije figúrate, lo dije muy enserio. Ahora si me disculpa. —Y cortó.

Bien, si algo en esta vida era Audrey o señorita Audrey — ¿podían dos simples palabras excitarla de esta manera?— como la llamaba Anthony unos diez segundos antes de cortar el teléfono, era ser perseverante. Su madre había perseguido al escritor con quien terminó casándose, por diez años, hasta que al fin lo atrapó, aunque, bien sabía que terminaron juntos después que él a su vez, se divorcie de la mujer que ciertamente estaba un poco loca y le gustaba llenar la casa de gatos, por lo que terminó viviendo en la mugre al unísono que le enviaba una petición para dividir bienes.

La noche anterior, Audrey había soñado con él, con Anthony. Soñaba como la rescataba de la aburrida Brooklyn y la llevaba a recorrer Tower Bridge, el puente más famoso del Támesis, que todavía se eleva para permitir el paso de los barcos para llegar a la Tower of London, uno de los castillos normandos mejor conservado de Gran Bretaña. Soñar no costaba nada, al menos no tanto como las malditas llamadas a Telefonía Fija Interpersonal, que no entendía como carajo hacían para cobrarle esas estupidas comunicaciones cuando se suponía que la atención al cliente era gratuita.

Anthony me lo devolverá con amor —pensaba Audrey, más que con esperanza, rozando la demencia. 

miércoles, 6 de abril de 2011

Mery And Audrey, Capitulo 2: Chop Suey.




Mery terminó de ducharse, había sido corto pero embellecedor o al menos eso quería creer cuando se miraba en el amplio espejo que cubría casi todo el baño. Era eso o suicidarse cuando, al ponerse frente de aquel maldito espejo, notaba los kilos demás que tenía —que no eran pocos, por cierto— o aquella estela de una piel que sufrió el acné más que cualquier otra. Cuando estuvo a punto de ajusticiar aquel bendito artilugio que hacía poner a las mujeres más paranoicas, con un simple cortador de cutículas, pensó que sería mucho mejor rebanar su propio cuerpo, a ver si lograba cortar algunas carnes de más que tenía por aquí y por allí. Claro que la idea fue fugaz cuando cayó en la cuenta que necesitaría una cortadora de césped para poder arrancar aquellas flácidas partes en su abdomen que le colgaban y ¡Hola! Tanto le molestaban. No es que ella fuese súper gorda o una indeseable —aunque a juzgar por la relación que mantenía con la mayoría de los hombres, podría estar infectada de lepra que no se enterarían, puesto que prácticamente no la miraban, o carajo, no la tocaban— sino que, además de su falta de gracia, era bastante descortés y grosera con el sexo opuesto.

Cielos, si no dejo de ser tan imbecil voy a quedar solterona como tía Henrietta, y eso no esta bien a menos que te gusten las mujeres… ciertamente como tía Henrietta, aunque no lo reconozca —pensaba maquinándose, mientras envolvía su pelo en una toalla más chica y se metía en la bata— tal como Audrey lo había previsto, aunque ella no lo sabía.

— ¿Qué estas haciendo? —le preguntó Mery a su amiga, enfatizando su interés por aquel papel que la chica tenía entre manos y arrugó cuando ella salió del baño.

—Nnnn, nada —decía Audrey mientras lo colocaba en la parte trasera de su vaquero —es la receta del Chop Suey que voy a hacer para esta noche.

— ¿Chop Suey? ¿Acaso no estábamos a dieta tú y yo? —doble mierda, a Mery no le gustó como sonaba de su boca la palabra estábamos, no es que no deseara hacer una dieta a. e que año, pero la empezarpor dentro se prometi unos...ro -es sexo opuesto.  de mlos demen carácter urgente, es decir, al menos empezarla y que le dure unas… dos o tres horas. Pero no se sentía preparada para empezarla y por dentro se prometió que el lunes lo haría. Claro que no sabía todavía de que año, pero la empezaría.

—Sí… claro que lo estamos, que yo sepa el Chop Suey tiene sombra. —Contestó, todavía nerviosa, su amiga.

—¿Entonces? –Mery entornó los ojos y se fue acercando a ella. Si hay algo que Mery tenía era olfato, y aquella golfa amiga suya le estaba mintiendo, en algo, no sabía en qué, pero mentía, descaradamente.

—Entonces, puedo… invitar a alguna amiga tuya… a que… coma… de… mi… —cada vez estaba más nerviosa.

—Audrey, yo no tengo amigas y lo sabes. —Claro que lo sabía, todavía nadie entendía como había logrado conseguir una, y la tenía enfrente, loca como una cabra. Sí, la suerte estaba totalmente de su lado. De su lado irónico, demás esta decirlo.

—Siempre es bueno que Presidente Miau* tenga algo que comer, aunque sean sobras, tú sabes, él no es exquisito con la comida. —Argumentaba Audrey con una voz apenas audible.

— ¡Audrey! —Gritó Mery saltando sobre ella para alcanzarla y de repente su blonda amiga comenzó a girar alrededor del diván para no ser atrapada. Cuando estuvieron a suficiente distancia para no tocarse una con la otra, Audrey copió el tono de voz con el que la perseguidora le había gritado su nombre y dijo:

—¡Mery!

—Audrie, linda —utilizó el diminutivo del nombre de su amiga para ser cortes —Presidente Miau es un gato de ficción, elegiste el nombre porque te pareció gracioso y por cierto ¡se lo pusiste a tu estupido gatito imaginario!

—Oye, oye, oye, no quieras tratarme como si fuese una idiota —proclamó a su favor—condenadamente quiero hacer un Chop, mis clases de chef lo requieren, es sólo eso.

—Oh —contestó Mery, había olvidado por un microsegundo que su amiga estaba estudiando para eso, y la punzada de rencor recorrió toda su médula haciéndola acordar de cómo  había subido siete espantosos kilos los últimos tres meses desde que Audrey eligió esa penosa carrera que la llevaría a la tumba, o a pensar seriamente en ponerse un cinturón gástrico.

¿Con que cinturón gástrico, eh? Maldita perra sucia y perversa, quítate esa degenerada idea de tus faraónicos sueños de poder y belleza, pagarás miles de dólares por un condenado cinturón, para luego licuar la comida y poder atracarte cuando por vías normales no te entren y decidas suicidarte mediante un estofado de carnes, claro ¡pero hecho liquido, qué ingeniosa, engordadora y depravada idea Mery! –se decía para si misma. Ella juraba sobre el Santo Sudario que no consumía estupefacientes pero… la realidad era que nadie le creía al respecto.

— ¿En qué demonios te quedaste pensando, gordinflona? —preguntó su amiga, quitándola otra vez de entre sus pensamientos. Gracias a Dios que le servía de algo suicidio. , sino ese cerebrito volador contemprartos. ro ¡pero hecho liquido, qun. y belleza, pagari, además de querer engordarla para Acción de Gracias, sino ese cerebrito volador contemplaría el suicidio o la cámara de gas.

—En que debo irme a trabajar si no quiero perder presentismo —adjudicó mientras recordaba por casualidad que la impuntualidad iba a terminar fundiéndola. Si otra vez le descontaban de su sueldo, iba a tener que soportar las burlas de su compañero de trabajo, Bastien, quién de por sí ya le caía bastante mal. 

*

Audrey se había quedado sola cuando Mery partió rumbo a su trabajo, por algún motivo se compadecía de su rellenita amiga y su decisión de trabajar en vez de seguir estudiando. Pero recordó que la madre de Mery era bastante particular, si bien estaban en buena posición, igual que la de ella, para pagar sus estudios, su amiga era una de esas malditas que no querían soportar ni la flamante idea de rendir cuentas de sus gastos con otra persona que no sea ella misma. La disque relación que tenía con su madre no era muy buena, por eso Mery terminó compartiendo el departamento con Audrey y optó por trabajar y mantenerse por cuenta propia. Bueno, en realidad, su relación era pésima, ella no la juzgaba pero ¡por mil demonios, las dos mujeres eran imposibles!
Decidió ir por una bebida al refrigerador cuando volvió a recordar lo que tenía en su parte trasera —y no sólo unos bellos muslos que pellizcar, sino esa estupida carta que le había enviado Anthony— Aquel hombre de rasgos ingleses, como ella imaginaba que debería ser, la había mandado a dar un largo paseo, no uno común y silvestre, él le había dicho ¡figúrate!  Es decir, en pocas palabras la había mandado a la mierda.
Por mil demonios, ella no iba a rendirse y levantó el tubo del teléfono por segunda vez en la mañana, esta vez tendría algunos asuntos que tratar con Anthony, el futuro padre de sus hijos.





*Presidente Miau es el nombre que lleva el gato de Magnus Bane, personaje del libro Cazadores de Sombras (Cassandra Clare)


lunes, 28 de marzo de 2011

El mundo de Bom.


Creo que esta será mi presentación oficial, después de esto todos ya me conocerán como Bom, la chica con menos suerte de Buenos Aires.
Bueno para comenzar debo decir que no soy tan normal cómo todas las mujeres, va eso creo yo.
Llevo 26 años viviendo bajo el mismo techo eso incluye una madre y un hermano menor. Solterona por decisión unánime del jurado masculino, ya que nadie se me acerca ni si quiera para pedirme la hora. Según mi hermano es porque cada tipo que se acerca a mí le ladro al igual que un perro. Mi madre por su parte dice que aún no ha llegado el hombre de mi vida. Yo creo que ni una cosa ni la otra, creo que estoy marcada por el destino de estar sola… tan sola como la vieja de los gatos de los Simpson. 
Pero bueno basta de sufrir, de llorar como una verdadera idiota. Es hora de poner las cartas sobre la mesa, salir a matar;  cómo dice mi amiga Lucy, a quién conozco desde siempre. Una mina de pocas pulgas, alguien a quien no se le escapa un sólo chimento. Está siempre con lo último de lo último.
Obvio que las dos somos solteras, y hasta en ocasiones creen que somos pareja. Es el mal de las apariencias.
Mi vida es bastante rutinaria, que iré contando en todos estos relatos, cosas que me han pasado y que me suelen pasar a diario.
Desde hace cuatro años trabajo en una empresa de telemarketer vendiendo colchones extraños, siempre pensé que era una estafa, pero eso solo duro tres días. Lo importante es cobrar a fin de mes mis 3.000 pesos.
Todos los fin de semanas me llama Lucy con la idea de hacer algo, el viernes para comenzar nuestro rally, teníamos varios mandamientos que respetar en la larga lista de tan solo tres ítems de la soltera desesperada. El primero consistía en conseguir algún chongo, el segundo era el que siempre optábamos hacer, quedarnos en casa mirando películas, comiendo como vacas y llorando de lo patéticas que éramos y el tercero que utilizábamos con menos frecuencia consistía en arreglarnos, vestir algo medio provocativo; no giro, pero sexy y salir a romper la noche en algún bar de mala muerte o algún boliche que pusieran música rancia, que solo a mí y a la estúpida Lucy le gustara. Pocas veces se nos unía Pepy. Claro ella era la feliz esposa del “señor tengo plata y compro lo que quiero y engaño a mi mujer con cuanta zorra se me cruce”. Tenía poco tiempo para sus viejas amigas de la secundaria.
Ése viernes Lucy me manda un mensaje al celular para preguntar por decima vez que carajo íbamos a hacer.
-Zorra, ¿Qué hacemos hoy?- si así me hablaba la muy atorranta, me decía zorra ¿a mí? quien no tenia sexo desde hacía meses. Sin embargo ella siempre tenía alguna bragueta disponible;  si no era su vecino que estaba más bueno que comer dulce de leche con la mano. O el pibe de las focopias que laburaba con ella en el mismo piso. Claro que era menor que nosotras,  me lo había mostrado en la cuenta de facebook que tenía para gatear según ella.- ¡Sí señores, tenemos cuentas para gatear!-  La cosa que el pibe esta terrible.
Por mí parte me la paso babeándome con el amigo de mi hermano que esta “más lindo que nunca” como dice Jorge Ané. El estúpido de la propaganda de pastillas reductoras, que por cierto las probé y no sirven pa’ mierda, te dan más hambre, y te crece el culo por los corticoides que tiene. Pero bueno no me quiero ir por la tangente.  Volviendo al pendejo, se llama Juan y hace tres años que  me tiene loca.
-Mira, yo en casa no me quedo, estoy re podrida de ver todos los fines de semana a mi hermano franelear con la noviecita de turno… es patético boluda, salgamos.-
-Sí, che el pendejo de la fotocopia me conto de un bar que reabrió.-
-¿Cuál?... no me digas que es el que estoy pensando.-
-¡Y no sé mongólica! .No tengo la bola de cristal.-
-“El Chaval”…- antiguo boliche de nuestra penosa juventud
-Que anticuada que sos… ahora se llama “El Urbano”.-
-Bue…Bue… es la misma mierda.-  Claro que era el mismo lugar, lleno de gente conocida, apestado hasta las tetas de personas.
-Y sí. Pero vamos, ya fue.-
-Dale, dale… Te espero a eso de las 02:00 am, en casa.-
-Che te jode si nos vemos allá, es que el pendejo quiere verme antes de ir.-
Lo que me faltaba tener que entrar sola al boliche este de mierda.
-Bueno dale.-
-Sos grosa amiga.- Claro ahora soy grosa hace medio segundo era una zorra.
El plan estaba en marcha, una salida con Lucy,  unos cuantos tragos algún que otro besito por ahí y un poco de baile para mover el esqueleto.
Salí del laburo, cansada; me subí al colectivo. Como era de esperarse no había asientos disponibles así que tuve que viajar parada como el ganado.
Llegue a casa, y como era de esperarse la bobita novia de mi hermano, estaba en la cocina sentada en el regazo de él. Ahora yo me pregunto-¿No hay sillas en la casa?-  Al parecer para la mocosa evidentemente no. Y para el pajero  de mi hermano menos.
Preferí irme a la pieza, me metí un rato en Internet… ojeé el Face gatero a ver si alguno se me había insinuando. Pero me lleve una sorpresa cuando mirando los perfiles de esa gente “muerta”… lo digo así porque se trata de esa clásica gente que uno ni se acuerda si existe hasta que ve algún estado que dice  “ Feliz de que en pocas semanas vamos a ser padres” o  “No veo la hora de ver tus manitos” “Solo quedan tres días para nuestro casamiento” o esos clásicos pases del años,  y no es que esté hablando de futbol. Estoy hablando del clásico del momento facebookero; pasar olímpicamente de una semana a la otra de estar “En una relación” a “Soltero” y así sucesivamente. Mientras ojeaba el facebook, vi y quede perpleja al enterarme que una de mis viejas compañeras del secundario, la más fea del curso, había quedado embarazada. Dije -¡Jodeme!... ¡está embarazada!.- en ese momento sentí que mi vida ya no tenía sentido alguno, si esta mujer que era la hermana gemela de algún simio del “planeta de los simios” vaga la redundancia. ¡Qué, me quedaba a mí! .
Salí rápido del perfil porque si seguía mirando, me seguía deprimiendo.
Volví a mi perfil con la vaga idea de que alguno de los 300 contactos que tenía me hubiera dejado alguna invitación indecorosa…Pero… nada, una soledad asquerosa y deprimente.

Las horas habían pasado, era momento de emprender viaje al famoso y viejo boliche zonal que volvía a abrir las puertas de su casa, para albergar a este cuerpo regordete.
Llame un taxi, porque no daba ir en colectivo con la mini de jean y los tacos. – Vuelvo a decir, llegar a los 26 años, soltera es síndrome de mina desesperada.-  En la puerta había una cola de la gran puta, por un momento dije –Acá dan algo gratis, ¡No, me jodan!.- tanto aglomerado de gente para este mugroso bar de mala muerte.
Mi turno había llegado estaba a pasos de entrar, cuando siento una mano que me palmea el hombro; por un momento pensé -Es Lucy- pero para mi sorpresa cuando di la vuelta, me encontré con una ex compañera del secundario que vale aclarar no teníamos nada, pero nada en común. Es más podría llegar a decir que nos teníamos todo el odio,  va en realidad -Yo le tenía todo el odio- me había robado la ilusión, de poder salir alguna vez con el pibe que me gustaba. Pero era tiempo pasado, ósea diez años habían pasado.
La cosa es que cuando la veo a la cara, al principio me costó un huevo darme cuenta que detrás de esas arrugas y ese maquillaje corrido estaba,  Silvina. El cambio de peso, era sorprendente había pasado de los sesenta kilos y una cintura de avispa; a unos  noventa kilos y una cintura similar a la de una esponja de lavar los platos, esas cuadraditas. Sumado que la estatura de corcho nunca le ayudo, este sobrepeso no la favorecía en lo mas mínimo. Al principio pensé en hacerme la pelotuda, pero ella me reconoció. Increíble teniendo en cuenta que en el secundario siempre me había ignorado, y hasta a veces se tomaba el atrevimiento de llamarme –Gorda, de mierda.-
-¿Bom?- me sonrió, debo decir que su dentadura había desmejorado bastante.- ¿Sos vos?- al principio como ya dije pensé en negarme, pero después replantee todo y dije ¿Qué gano?
-Sí, soy yo…- no me dejo terminar.
-Soy Silvina, ¿te acordás de mí?- ¡mierda! Me dije por dentro. Tanta desesperación para presentarse.- vos seguís igual que siempre, estas divina.- ¿Divina yo?..
-Gracias, vos estas igual que en el colegio.-
-Si… aunque un poco mas cambiada, tengo un hijo y estoy separada, hace un año.- ¡Ups!- me dije a mi misma.
-Para mi estas igual, es lógico que la vida para cada una cambio bastante.- en ese momento, fue cuando me dije – mi vida no es tan desastre después de todo.-
-¿Viniste sola?-
-No, estoy esperando a Lucy.- le comente al pasar, después de cogotear para ver si la veía por algún lado.  Ya estaba a un paso de entrar, él seguridad de la  entrada me miro de arriba abajo.-
-Documentos- mi cara de asombro.-
-Es necesario, creo que con esta cara no lo necesitas. Date cuenta que no soy una pendeja.-
-Pendeja o no pendeja, necesito tus documentos; linda-
Detrás mío la cola, era inmensa; a mi espalda tenia a Silvina que no paraba de hablar.
Busque en la cartera, la sencilla idea de que el grandote esté me dijera “linda” me motivo… dije-¡Ups, Bom… te levantaste al patova!- para después caer en cuenta que el tipo me lo estaba diciendo, al igual que se lo había dicho a miles de minas en esa noche.- baja del caballo boluda, que  se lo dice a todas.- volví a pensar.
-Acá está- le dije con una sonrisa.
Lo miro, una y otra vez; para luego mirarme de arriba abajo.- y ahí me pregunte ¿tan baqueteada estoy?-
-Pasa, linda.- a lo que me guiño el ojo. Me sentí como una estúpida quinceañera.
Tome el documento, lo guarde y entre. Silvina por su parte se quedo varada en el control. Por otro lado respire, la verdad era que no me daba ir de amiga, cuando la mina había sido una flor de sorete en toda mi infancia.
¡Cuándo entre!, me sentí como si el tiempo se hubiera detenido en ese lugar; estaba todo igual a como lo recordaba, la barra en el mismo lugar… mas allá los reservados donde alguna que otra vez me había chapado alguno. Dije –mierda, que el tiempo no pasó- seguí caminando. La música empezó a sonar de fondo, era música vieja. Cumbia vieja  que me hacían recordar a un ex novio que había tenido, por momentos me pinto la nostalgia, pero se acabo cuando fui a la barra y me pedí un cuba libre.
Comencé  a tomar, estaba perfecto; ni mucho whisky, ni mucha coca cola. Miré el reloj ya habían pasado treinta minutos de las tres de la mañana, sin querer la entrada había sido mas tediosa de lo que pensaba. Tomé el celular y le envié un mensaje a Lucy.
-Che, pedazo de negra, estoy en el bar esperándote como una estúpida. ¿Dónde carajo estás?
Guarde el teléfono, que volví a sacar a los cinco minutos vibro.
-Toy en el baño, en un rato salgo… que noche ¡Boluda!.-  contesto.
Comencé a comerme la cabeza, esta hija de puta se vino a encamar al baño del boliche, la conocía. Y realmente no me llamaba para nada la atención. De golpe me sentí una pelotuda ahí parada en la barra, después de todo la idea de salir había sido de ella y ahora estaba dele que dele con el pendejo mientras yo estoy acá bancándome las miradas de un viejo depravado que bien podría ser mi padre.
Dejé el vaso en la barra, salí corriendo a tiempo ya que el viejo se estaba acercando con una cara de degenerado bárbaro. Estaba claro que estaba desesperada pero no tanto como para comerme un vejete.
-Ya fue- me dije - yo voy al baño y la cazo de las mechas a está conchuda- . Me hizo venir hasta acá y ahora me deja pagando como una estúpida en la barra sola.
Comencé a caminar cuando de golpe, me tope con él.-
-¿Bom?.- me grito, intente evitarlo.- ey -  volvió a gritar.- no te hagas la boluda que me viste.-
-¿Quién? ¿Quién, yo?.- le conteste, era Juan. El amigo de mi hermano, el pendejo que me volvía loca desde hacía años.  Existía un histeriqueo entre ambos, pero nunca había pasado más de ahí, él decía que yo era como una hermana. Yo me lo quería comer crudo.
-Sí, vos.- me dijo con ese tono dulce. Hacia un mes que no lo veía, estaba más grande, algo cambiado con esa barba crecida, casi irreconocible para cualquiera. Menos para mí.
-No te vi, hasta que escuche el “ey”.- Claro que lo había visto, pero me había hecho la boluda, sabía que se me notaba mucho, el hambre que le tenía. Si era por mi le hincaba el diente en ese cuello, que me superaba en altura.
-Sí, claro… bue. – reboleaba los ojos, con gracia y torcía la boca, dios como me gusta, pensé.- ¿Qué carajo haces acá? , no me digas que viniste sola… me vas a obligar a ser tu guardaespaldas toda la noche, mira sí te pasa algo.- qué pendejo más insolentemente sexy pensé.-
-Sí , vine sola … pero está Lucy por acá.-
- Ahh…- Exclamo.- ósea que perdí las esperanzas de ser tu guardaespaldas.-
-Pendejo, no te hagas el gato… que después te comes los mocos.- ¡nooooo! Que acababa de hacer, me había prendido fuego. Por un momento pensé en reírme para que todo surtiera efecto de joda, pero después me dije –mas sí, basta del boludeo.-
-Upa, se vino el apuro… y justo  ¡Hoy!...- en ese momento comencé a ver como se me acercaba cada vez más, un sudor frio comenzó a correr por mis manos, nunca me había puesto tan nerviosa en mi vida.- Hoy que pensé todo el día en vos… - ¡noo... decime qué esto es una joda!… ¿Dónde están las cámaras? … me dije.- no sabes las cosas que me imagino.- cada vez se me acercaba mas y mas… Cuando de golpe.
-Bom… Bom…- escuche, a mis espaldas. Comencé a putear. Era la rompe bolas de Silvina.
El pendejo seguía cerca y me seguía calentando el bocho con las cosas que me decía.-
-Bom…Bom…- Tiene que ser un sueño- me dije. Pero no
Me di la vuelta dejando a Juan con la palabra en la boca, y su boca cada vez más cerca de la mía.
-¡Qué!...¡Qué!.- grite desaforadamente cuando la vi. Estaba sacada.-
-Es Lucy.- Lucy, ¿Qué Lucy?, pensé. – Está en el baño tirada.-
¡Jodeme!... no me puede estar pasando esto. El día que el pendejo se me tiro, está me caga la noche.
-Juan, me tengo que ir …- me miro con carita de perrito abandonado. Sí antes tenía ganas de mandar a Lucy a la mierda ahora tenía ganas de cagarla a trompadas.
-No me podes hacer esto, pero prométeme que en la semana arreglamos para vernos.- me suplico el pendejo, por dentro me moría. Lo que había estado esperando por fin se me daba.-
-Sí… dale.- le dije como una estúpida, media tartamuda.
Lo que siguió me sorprendió tanto que me quede parada por casi cinco minutos con la mejor cara de pelotuda. Me planto un chupón, que me dejo sin aire. Después de eso se fue; guiñándome un ojo y diciendo.- Te llamo.- estaba en trance, solo veía ese trasero perfecto alejarse de mí.
A lo que Silvina seguía a mi lado, codeándome. –¡Bom!, Lucy.- volvió a repetir.
-¡Ah!... sí Lucy.- me di la media vuelta y comencé a caminar.
Para cuando llegue al baño Lucy estaba tirada en el suelo completamente borracha, con todo el maquillaje corrido. Era obvio que había estado llorando, tenía los ojos hinchados.
-Ella es mi amiga.- gritaba sin cesar.- ella nunca me deja tirada.- decía con la lengua trabada propio del pedo atroz que tenia.- No como ese hijo de puta que me dejo.- lloraba como una nena, ahí comprendí que el pibe de la fotocopia, nunca había llegado al boliche y ella de orgullosa que era prefirió quedarse tomando y no llamarme.
-Vamos, Lu.- le dije mientras la trataba de poner de pie, con la ayuda de Silvina que aún estaba ahí.
Después de todo, parecía qué sí había cambiado.
Como pude la saque del boliche, me pedí un taxi y me la lleve.
La noche había terminado para Lucy. Por otra parte, mi noche parecía que había comenzado, frustrándose luego por el pedo de mi mejor amiga, después de todo la amistad había tirado más.
 Ahora sí, solo espero que el pendejo me llame en la semana ¡si no... Ahí sí que la mato!
Continuara…

viernes, 25 de marzo de 2011

Angus Wood: Cronicas de un Otoño anunciado, capitulo 1 "Confesiones en voz baja"






¿De que manera podría explicarlo sin contar nada?

No, lo cierto es que no puedo, podría pasarme el día tratando de manejar de la mejor manera las palabras para no reverla hechos contundentes, y omitir información crucial para que nadie sepa de quien habló, pero sería engorroso, y demás está decir, completamente innecesario.

Pienso por un momento y llego a la conclusión que es demasiado simple.
Se podría decir, que dicha joven es adolescente, en realidad, un amor adolescente...
¿Ven su simpleza?




Las malas decisiones la habían llevado a un punto en donde el camino se dividía. Entendía perfectamente que no debía enamorarse nunca, o padecería al igual que su madre...

Aquella frase se clavaba profundo en su ser, « al igual que su madre », que Dios se protegiese si ella terminaba igual que su madre... Porque estaba segura, que haría arder hasta los cimientos de su casa si ello llegaba a ocurrir...

No, Amelie estaba conciente de que no quería terminar como ella, mendigando amor, siendo una copia de lo una vez había sido, y ahora se desdibujaba con el tiempo. Dejándose ahogar entre lágrimas, conformándose con el desamor de una relación sin futuro a la cual estaba atada.

Pero entonces, llegaba aquel camino nuevamente, en que decidiría, si en verdad correría el riesgo, arrojándose de lleno a una muerte segura, o se dejaría caer en los brazos del olvido, comprendiendo de antemano lo que sería.


Amelie suspiró frustrada. Se sentía sola, sin nadie que le dijese lo que quería escuchar, si lo pensaba por cinco minutos más, se iría, dejaría de esperarlo, que era lo cotidiano, y terminaría allí. Todo se acabaría...
Pensó por un momento en lo que perdería, quizás una grata compañía...
Eso le dolió, después de salir con él por casi ocho meses, ¿para ella sólo era una grata compañía?, ¿acaso él jamás significaría algo más?... ¡No!, él no podía significar algo más, porque los dos se habían advertido. Había visto como el amor destrozaba a su madre, y no, ella no terminaría de la misma manera.

Amelie en cierta medida había perdido todo, y jamás había cuestionado los por qué de cada cosa. Y a la espera de poder dejar algo más por el camino, recordó lo que quizás no tendría que haber recordado nunca.



Sus labios chocaban contra los suyos seduciéndola, y arrastrándola hasta hacerla llega a un limite, uno que le encantaba cruzar.
Los dos sabían como demostrar fogosidad, no amor, sino pasión, fuego intenso y crudo. Aquel sentimiento que desarmaría a cualquiera que no estuviera dispuesto a dejarse incendiar por las llamas del infierno.
Amelie se distrajo con aquellos ojos marrones oscuros, comunes, pero prendido por la lujuria. Sabía que él la quería, y en cierta medida, ella también, pero no como los dos querían quererse, sino de manera controlada, como si perder el control tuviera un significado completamente diferente.

Se tentaban acariciando el cuerpo del otro, probando hasta donde podría arrastrar al otro antes de que gritase de placer. La soledad de un cuarto vacío, ocultaba su errática manera de seducirse.
Lentamente Amelie comenzó a desprenderle los botones de la camisa del colegio. Los dos comprendían como terminaría el juego de miradas penetrantes, y besos húmedos, no necesitaban decirse te amo para comprender como tendría que amarse momentáneamente.



Amelie se sintió incomoda en su propio cuerpo, sintiendo como el mismo reaccionaba al recuerdo como si lo estuviera viviendo nuevamente, reaccionando a sus caricias, a sus besos, su piel... y se dio cuenta de algo, algo que jamás había notado. Ella quería que ese momento fuera eterno, y que no existiera un mañana del que quejarse. Quería volver a estar con él así como tantas veces había estado, pero comprendiendo el verdadero significado.
Porque, aunque ninguno de los dos lo quisiera ver, en el momento en que se completaban, cuando su carne chocaba profundamente dentro de su ser, allí el amor los desarmaba, el orgasmo culminaba el acto, pero no era lo más importante de el, no era por eso, por lo que iniciaba aquel juego.

¡Demonios!, se amaban sin querer demostrarlo, sin decir ni una maldita palabra. Y lo aceptaban, ninguno quería decir lo que en verdad sentía por el otro, y tampoco se presionaba mutuamente para recibir tal palabra.
Pero el miedo y la duda volvían, luego de que todo acabara, después de que el último espasmo de placer rozara su piel, todo volvía. La frialdad y el falso desinterés.

Se censuró completamente. Y la realidad le pegó de lleno, ella lo amaba aun cuando intentaba ignorando que lo hacía.
Su cuerpo se puso en tensión. ¡No!, definitivamente eso no podía pasar, ella no podía estar enamorada.

Se puso de pie. No lo esperaría, ya no esperaría por él, y tampoco se detendría a tomarse un tiempo para calmar su miedo... Sabía la respuesta, sabía con anticipación lo que tenía que hacer, como terminar las cosas para no salir lastimado, porque aquel había sido su mecanismo de defensa. Atacar antes de ser atacado, era lo que mejor sabía hacer.

Tomó su celular sin medir palabras, ni intentar no lastimarlo. Sería conciso, corto, así era mejor.
El amor era algo que no necesitaba, porque jamás lo había necesitado, y menos ahora...

Después de enviar el mensaje, algo dentro se rompió, su alma se fragmentó en mil pedazos, como si ella misma estuviera introduciendo un cuchillo en su pecho y en pleno apogeo de su inaguantable agonía, se obligara a retorcerlo.
El aire se volvió espeso, y sus ojos se cristalizaron, pero no podía volver el tiempo atrás, no era momento para arrepentirse, su interior gritaba que estaba haciendo lo correcto.


Giró sobre sus talones para dejar atrás lo que no tendría que haber sido nunca.
Quería alejarse de él, pero no podía alejarse de su propia piel, que escocía por dentro...

« Al igual que su madre », no igual que ella no terminaría... El amor jamás la alcanzaría, jamás la haría suplicar, jamás esperaría por el... nunca se permitiría sentir... Y si, haber estado con Adam había sido un gran desliz, la próxima vez lo pensaría mejor...



Esto es el teatro, de otro teatro, quizás la parodia usada y gastada. El amor que jamás llego más lejos que una ilusión bastante agotadora...
Pero estoy segura, que las historias desgraciadas son lo mío. Aquella que jamás llegarán a ningún puerto, algunas por imposibles, otras por vanas, y otras simplemente porque no soy capaz de describir un sentimiento que jamás tuve. No, yo creo que la ilusión es eterna, el amor es efímero, y cuando muere la ilusión el poco amor que aun sobrevive, termina siendo enterrado.


Otoño, es la época donde algo siempre terminara, muta, muere y el ciclo vuelve a empezar, eso es para mí es el otoño....


Crónicas de un Otoño anunciado, será justamente eso, historias cortar, o quizás relatos, no siempre seguiré la misma temática....  Lo único que me sale a medías es escribir... siempre es más de lo mismo... pero me di cuenta de algo, las personas no son inmortales, las historias sí... Espero que les guste.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Mery And Audrey, Capitulo 1: Voy a asesinarte, como... ¡Ahora mismo!







No era muy normal, definitivamente la situación no era normal. Aunque si Mery lo miraba en retrospectiva ella tampoco lo era.

Así empezaba el día, cuando en su fuero interno se preguntaba ¿por qué maldita mierda había terminado viviendo con la mujer más histérica del planeta? Esta bien que eran amigas desde hace muchos años, pero ¿esto era necesario?

—Te dije que no me gusta la mayonesa —, le decía Audrey desde la cocina, maldición, la mujer de tan baja estatura a veces podía ser una verdadera molestia obsesiva con la comida —en todo caso ¿no recuerdas que desde ayer decidimos optar por los alimentos orgánicos?

¿Alimentos orgánicos? Voy a matarla, cuando mis dientes estén cepillados juro que voy a abalanzarme sobre su cuello y….

— ¿Estas escuchándome? —Preguntaba, sacándola del ensueño —La nutricionista me dijo que tengo que comer cualquier cosa que no haga sombra ¿o lo escuché en los Simpson? No importa, de todas formas, nos va a venir bien.

¿Nos va a venir bien? ¿Y quien le dijo a esa boloña medio polvo que yo quiero empezar a cuidarme? Bien, es momento, ahora o nunca Mery —apenas articulaba hablándose para ella misma, era primera hora de la mañana y aquella mujerzuela que se hacia llamar amiga la había levantado con la música bien fuerte, ahora la odiaba más. —Este es el momento, quizá si la tiro por el balcón del apartamento nunca nadie vuelva a preguntar por ella… eso me ahorraría bastantes asuntos policiales que atender, sería el asesinato perfecto… —fantaseaba, mientras se iba acercando hasta la ventana para medir el impacto de la caída. —Pero… pensándolo mejor —analizaba al ver tamaña distancia —el portero del edificio se ha portado bastante bien conmigo cuando necesité hacerlo pasar por mi novio la vez que quise darle celos a ese bastardo que, al fin de cuentas terminó siendo un psicótico que le gustaba asesinar a sus mascotas. Lo mínimo que tendría que hacer luego de aventarla por la ventana sería bajar y limpiar el desastre que dejarían sus sesos (que no son muchos en realidad) sobre el cemento.

— ¡Evidentemente no estas escuchándome! —se quejaba aquella pequeña que apenas sobrepasaba el metro cincuenta de estatura.

Para ser que tiene veinte años es bastante petiza —se decía Mery por dentro— me gustaría saber que cantidad de cromosomas se necesitan para…

— ¡Heee-llooo! —Audrey estaba enfrente de Mery, borrando aquel paisaje prometedor que ella estaba imaginando desde hacia escasos diez minutos: arrojar por la ventana a su amiga, tan diminuta e insoportable.

—Necesito una ducha. —Y por si influye en algo o no, por supuesto que Mery no estaba escuchando lo que su amiga le decía, trataba de no hacerlo a menos que su intención fuese recibir una descarga eléctrica sobre su cerebro, quién le indicaba muy a menudo envenenar la comida de Audrey o simplemente terminar con su agónica voz de pitillo y matarla de una condenada vez.

Giró sobre su mismo eje y se metió en la ducha, la idea de incinerar a aquel pigmeo en cuerpo de mujer la tentó reiteradas veces, hasta que se sumergió en la bañera. Los baños de sales no le descontracturaban el cuerpo, pero al menos no la ponían de malas.




*


—Pero yo la quería de soja. —Gritaba Audrey a su madre al otro lado del teléfono. — ¡De so-ja! En cualquier diccionario encuentras la palabra, madre, no es muy complicado. Ya te he enseñado la diferencia entre soja y no-soja. Hay mucha, créeme —Explicaba con impaciencia mientras se acomodaba de un pie al otro –ahora serás la culpable que mañana despierte con ciento cuarenta y ocho quilos de sobrepeso. Y se que no te gustará salir conmigo de compras, pero tendrás que hacerlo, será mi venganza. La venganza de “las gordas recientes” –Amenazaba de forma veraz. —Y me comportaré contigo de manera vil, no tendré compasión sólo porque me hayas parido. —Tras una breve pausa en el teléfono, Audrey contestó. —Bien, yo también te quiero y ¡devuelve esa maldita soja! No, no la quiero. No, te he dicho ya que no pienso verme como Britney Spears después de parir, hoy es la soja y mañana amanezco rapada, lo veo venir. Chau.

Cuando Audrey terminó la charla diaria y religiosa que tenía siempre con su madre, quién había puesto la garantía para que tanto ella como su amiga pudieran alquilar el apartamento en el que vivían hacia ya seis meses, se sentó en el sofá justo al lado de la mesita ratona donde estaba el teléfono. Aquella mesita de mierda le había sacado varias palabras obscenas a su amiga Mery cuando media dormida o media ebria la pateaba con el dedo chico del pie. Audrey no pudo evitar sonreír al pensar en su compañera.
                                                                          
Enferma loca ahorrativa de palabras que contesta con asentamientos de cabeza o gruñidos que solo yo puedo entender —pensaba con cierto fastidio, aunque el sentimiento se frenaba cuando recordaba que esa era una de las cosas que más adoraba de ella. Pocas palabras, pero justas y necesarias. Así el día de mañana, cuando Audrey al fin conquiste al chico del teléfono, su amiga le daría una critica real sobre que ropa llevar puesta, no la dejaría hacer el ridículo, sabía que ella era justa –aunque anticuada a la hora de vestir —recordó Audrey— no, mierda, creo que no funcionará, si sigo su consejo terminaré con ese estilo freak que lleva ella en el que todavía no distingo si es una niña o una anciana.

Después de repasar ese asunto unas cincuenta veces, miró el cajón de la mesa ratona, se acercó sigilosamente mientras escuchaba si Mery ya había terminado con la ducha, y cuando se dio cuenta que al menos tenía diez minutos hasta que su amiga saliera envuelta en la bata con una toalla en la cabeza, sosteniendo aquel pelo altamente castigado por las tinturas de su adolescencia punk —así lo describía Audrey muy a menudo —se dirigió finalmente a su objetivo: sacar esa especie de carta documento que tenía archivada hacia dos días en el pequeño compartimiento para leerla en voz baja:

“Por favor ¡mujer! Deja ya de acosarme, lo digo enserio. Van a despedirme del trabajo si sigues con tus frenéticas ideas de concretar una cita conmigo. Realmente, estas desquiciada, o esquizofrénica, o las dos cosas juntas, no lo sé. Lo único que te digo es: no me apetece conocerte, ni en esta vida, ni en la que sigue, así que por favor ¡figúrate! Y no llames más a la empresa, a menos que quieras un descuento en llamadas internacionales. Fuera de eso, gracias y estoy a su servicio… siempre y cuando quieras contratar a Telefonía fija Interpersonal.

Anthony Sparks”


Audrey apretó bien fuerte ese maldito pedazo de papel que la separaba del que ahora era el amor de su vida. Hacía ya unos dos meses cuando el precioso Anthony —así se había presentado cuando la llamó para ofrecerle un paquete de pulsos fijos para comunicarse a Londres, donde vivía su madre, ella supo por el tono de su voz que era precioso, hot, buen marido, amante, etc. —entró en su vida, a estas alturas el pobre muchacho estaría arrancándose los pelos de la pelvis con los dientes, no había día en que Audrey no lo llamara a su número interno —el peor error, entre otros, que había cometido Anthony cuando se lo brindó como a cualquier cliente— para ofrecerse como esclava sexual, ama de llaves o un simple peón dispuesto a lavarle la ropa interior.

Bien, Audrey apestaba, o al menos eso sentía por estar ocultándole eso a su mejor amiga. No es que Mery le contara todo con lujo de detalle, ella apenas se enteraba si su amiga tenía sexo alguna vez y sólo porque la veía rasurarse las piernas con una gillette triple hoja, y no es que ocurriera muy a menudo… a estas alturas Mery debería tener las piernas como un maldito jugador de rugby.