Bienvenidas a Ruda y Cursi, el Diario de una chica -no tan- normal.

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Si el delineador se te corre, se te rompe la media antes de tu cita, las dietas no te funcionan, tu novio te dejó o lo engañaste, tu familia es disfuncional y hasta tus mascotas te odian... acá vas a encontrar a un montón de gente que podrá decirte: ¡Heeelloooooooo, mi vida también se rige bajo las leyes de Murphy! Pero hasta ellas mismas tienden a fallar por aplicar su propia ley... así que no todo está perdido.
Ruda & Cursi es un blog dedicado exclusivamente al relato de varias chicas que un día quisieron mostrarle al mundo que no todo es perfecto. Aquí mismo encontraras desde relatos cortos hasta novelas. ¿Qué esperas para empezar?

miércoles, 23 de marzo de 2011

Mery And Audrey, Capitulo 1: Voy a asesinarte, como... ¡Ahora mismo!







No era muy normal, definitivamente la situación no era normal. Aunque si Mery lo miraba en retrospectiva ella tampoco lo era.

Así empezaba el día, cuando en su fuero interno se preguntaba ¿por qué maldita mierda había terminado viviendo con la mujer más histérica del planeta? Esta bien que eran amigas desde hace muchos años, pero ¿esto era necesario?

—Te dije que no me gusta la mayonesa —, le decía Audrey desde la cocina, maldición, la mujer de tan baja estatura a veces podía ser una verdadera molestia obsesiva con la comida —en todo caso ¿no recuerdas que desde ayer decidimos optar por los alimentos orgánicos?

¿Alimentos orgánicos? Voy a matarla, cuando mis dientes estén cepillados juro que voy a abalanzarme sobre su cuello y….

— ¿Estas escuchándome? —Preguntaba, sacándola del ensueño —La nutricionista me dijo que tengo que comer cualquier cosa que no haga sombra ¿o lo escuché en los Simpson? No importa, de todas formas, nos va a venir bien.

¿Nos va a venir bien? ¿Y quien le dijo a esa boloña medio polvo que yo quiero empezar a cuidarme? Bien, es momento, ahora o nunca Mery —apenas articulaba hablándose para ella misma, era primera hora de la mañana y aquella mujerzuela que se hacia llamar amiga la había levantado con la música bien fuerte, ahora la odiaba más. —Este es el momento, quizá si la tiro por el balcón del apartamento nunca nadie vuelva a preguntar por ella… eso me ahorraría bastantes asuntos policiales que atender, sería el asesinato perfecto… —fantaseaba, mientras se iba acercando hasta la ventana para medir el impacto de la caída. —Pero… pensándolo mejor —analizaba al ver tamaña distancia —el portero del edificio se ha portado bastante bien conmigo cuando necesité hacerlo pasar por mi novio la vez que quise darle celos a ese bastardo que, al fin de cuentas terminó siendo un psicótico que le gustaba asesinar a sus mascotas. Lo mínimo que tendría que hacer luego de aventarla por la ventana sería bajar y limpiar el desastre que dejarían sus sesos (que no son muchos en realidad) sobre el cemento.

— ¡Evidentemente no estas escuchándome! —se quejaba aquella pequeña que apenas sobrepasaba el metro cincuenta de estatura.

Para ser que tiene veinte años es bastante petiza —se decía Mery por dentro— me gustaría saber que cantidad de cromosomas se necesitan para…

— ¡Heee-llooo! —Audrey estaba enfrente de Mery, borrando aquel paisaje prometedor que ella estaba imaginando desde hacia escasos diez minutos: arrojar por la ventana a su amiga, tan diminuta e insoportable.

—Necesito una ducha. —Y por si influye en algo o no, por supuesto que Mery no estaba escuchando lo que su amiga le decía, trataba de no hacerlo a menos que su intención fuese recibir una descarga eléctrica sobre su cerebro, quién le indicaba muy a menudo envenenar la comida de Audrey o simplemente terminar con su agónica voz de pitillo y matarla de una condenada vez.

Giró sobre su mismo eje y se metió en la ducha, la idea de incinerar a aquel pigmeo en cuerpo de mujer la tentó reiteradas veces, hasta que se sumergió en la bañera. Los baños de sales no le descontracturaban el cuerpo, pero al menos no la ponían de malas.




*


—Pero yo la quería de soja. —Gritaba Audrey a su madre al otro lado del teléfono. — ¡De so-ja! En cualquier diccionario encuentras la palabra, madre, no es muy complicado. Ya te he enseñado la diferencia entre soja y no-soja. Hay mucha, créeme —Explicaba con impaciencia mientras se acomodaba de un pie al otro –ahora serás la culpable que mañana despierte con ciento cuarenta y ocho quilos de sobrepeso. Y se que no te gustará salir conmigo de compras, pero tendrás que hacerlo, será mi venganza. La venganza de “las gordas recientes” –Amenazaba de forma veraz. —Y me comportaré contigo de manera vil, no tendré compasión sólo porque me hayas parido. —Tras una breve pausa en el teléfono, Audrey contestó. —Bien, yo también te quiero y ¡devuelve esa maldita soja! No, no la quiero. No, te he dicho ya que no pienso verme como Britney Spears después de parir, hoy es la soja y mañana amanezco rapada, lo veo venir. Chau.

Cuando Audrey terminó la charla diaria y religiosa que tenía siempre con su madre, quién había puesto la garantía para que tanto ella como su amiga pudieran alquilar el apartamento en el que vivían hacia ya seis meses, se sentó en el sofá justo al lado de la mesita ratona donde estaba el teléfono. Aquella mesita de mierda le había sacado varias palabras obscenas a su amiga Mery cuando media dormida o media ebria la pateaba con el dedo chico del pie. Audrey no pudo evitar sonreír al pensar en su compañera.
                                                                          
Enferma loca ahorrativa de palabras que contesta con asentamientos de cabeza o gruñidos que solo yo puedo entender —pensaba con cierto fastidio, aunque el sentimiento se frenaba cuando recordaba que esa era una de las cosas que más adoraba de ella. Pocas palabras, pero justas y necesarias. Así el día de mañana, cuando Audrey al fin conquiste al chico del teléfono, su amiga le daría una critica real sobre que ropa llevar puesta, no la dejaría hacer el ridículo, sabía que ella era justa –aunque anticuada a la hora de vestir —recordó Audrey— no, mierda, creo que no funcionará, si sigo su consejo terminaré con ese estilo freak que lleva ella en el que todavía no distingo si es una niña o una anciana.

Después de repasar ese asunto unas cincuenta veces, miró el cajón de la mesa ratona, se acercó sigilosamente mientras escuchaba si Mery ya había terminado con la ducha, y cuando se dio cuenta que al menos tenía diez minutos hasta que su amiga saliera envuelta en la bata con una toalla en la cabeza, sosteniendo aquel pelo altamente castigado por las tinturas de su adolescencia punk —así lo describía Audrey muy a menudo —se dirigió finalmente a su objetivo: sacar esa especie de carta documento que tenía archivada hacia dos días en el pequeño compartimiento para leerla en voz baja:

“Por favor ¡mujer! Deja ya de acosarme, lo digo enserio. Van a despedirme del trabajo si sigues con tus frenéticas ideas de concretar una cita conmigo. Realmente, estas desquiciada, o esquizofrénica, o las dos cosas juntas, no lo sé. Lo único que te digo es: no me apetece conocerte, ni en esta vida, ni en la que sigue, así que por favor ¡figúrate! Y no llames más a la empresa, a menos que quieras un descuento en llamadas internacionales. Fuera de eso, gracias y estoy a su servicio… siempre y cuando quieras contratar a Telefonía fija Interpersonal.

Anthony Sparks”


Audrey apretó bien fuerte ese maldito pedazo de papel que la separaba del que ahora era el amor de su vida. Hacía ya unos dos meses cuando el precioso Anthony —así se había presentado cuando la llamó para ofrecerle un paquete de pulsos fijos para comunicarse a Londres, donde vivía su madre, ella supo por el tono de su voz que era precioso, hot, buen marido, amante, etc. —entró en su vida, a estas alturas el pobre muchacho estaría arrancándose los pelos de la pelvis con los dientes, no había día en que Audrey no lo llamara a su número interno —el peor error, entre otros, que había cometido Anthony cuando se lo brindó como a cualquier cliente— para ofrecerse como esclava sexual, ama de llaves o un simple peón dispuesto a lavarle la ropa interior.

Bien, Audrey apestaba, o al menos eso sentía por estar ocultándole eso a su mejor amiga. No es que Mery le contara todo con lujo de detalle, ella apenas se enteraba si su amiga tenía sexo alguna vez y sólo porque la veía rasurarse las piernas con una gillette triple hoja, y no es que ocurriera muy a menudo… a estas alturas Mery debería tener las piernas como un maldito jugador de rugby. 

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